BOMARZO 2007
NOTAS SOBRE LA PUESTA
por Jerry Brignone
Presentación del director Jerry Brignone en ocasión del estreno en Bomarzo, 4-8-2007
Una vez más, otra obra sobre la identidad. Y otra vez más, la identidad del forastero: la mirada del forastero, que moldea tanto a quien mira como a aquello que es mirado. Que descubre y se descubre a través del espejo insondable del Otro. Inefable.
Forastero el europeo en las venas abiertas de América, expatriado y repatriado a una identidad incierta pero visceralmente propia, tangible, emergente.
Forasteros aquellos millares de italianos que llegaban a nuestros puertos, tajos abiertos y sedientos de una Argentina que se abría al mundo para proclamar su identidad ascendente.
Forastero Mujica Lainez, tan fascinado como otros espíritus selectos antes que él (Dalí, Cocteau, Antonioni) por la -en aquel entonces- salvaje y mágica progrresión de Monstruos surgientes entre el agreste follaje, esculpidos en la tosca piedra local -il peperino, il tufo- de Bomarzo.
Forastero el mismo Duque Pier Francesco pergeñado por su pluma prolífica, lidiando con el marasmo de la brutal normalidad de sus congéneres.
Forasteros los artistas norteamericanos que sintieron en 1967 que Ginastera valía más que lo que los mismos argentinos estaban (vaya a saber por qué) dispuestos a admitir.
Forastero yo, en julio de 2006, vagando por las calles de Bomarzo y enamorándome (como otrora le ocurriera ya a otro argentino) de su Pueblo. No tanto de sus monstruos, como sobre todo de su paisaje y de su gente.
Historias de forasteros, historias de identidades. La puesta: Teatro dentro del Teatro, en "El Gran Teatro" del mundo (mi obra favorita, por lejos, de Manucho).
Una progresión personal insoslayable: mi primera visión televisiva de la ópera, a los nueve años de edad (pequeño adicto de los monstruos y el terror) y el extrañamiento de su lenguaje intencionalmente secular. El intento empecinado e infructuoso de amarla cuando compré de adolescente la versión en discos de vinílico. El tedio y fastidio de verla años después, despojada en el Colón de aquello que yo sentía era el elemento que le daba su verdadero sentido sustantivo: los Monstruos, los Monstruos “verdaderos” de Bomarzo.
El amor necesita por fuerza de Otro, y ese otro debe tener la cuota exacta de diferencia conmigo, pero también de identidad (igualdad). Hay un amor de larga data entre Italia y Argentina que ha constituido profunda e inconscientemente nuestra identidad.
Historias de amor como vía de conocimiento y de re-conocimiento. Pero del amor a la pasión y de la pasión a la locura solo media un paso imposible de medir. Creo que eso le ocurrió a nuestro querido Manucho: no solo “enloqueció” por Bomarzo al punto de quizás llegar a creerse su reencarnación, sino que su locura linda, tan contagiosa, hizo enloquecer a Ginastera, a todo un gobierno (incluido el norteamericano), la Iglesia, sus opositores, sus acérrimos defensores, cientos de admiradores y detractores... ¡Toda una manga de locos, hasta internacionales!
Hoy Bomarzo no solo es un mito tan argentino como Maradona y el dulce de leche, sino que ha vuelto a enloquecer a algunos argentinos -una vez más-, y esta vez el destino se ha vengado enloqueciendo éstos durante al menos unos pocos días a los pobladores de Bomarzo, confundidos, fascinados, honrados... De nuevo, ¡toda una manga de locos, ahora sí decididamente internacionales!
Producto de esta locura, de esta pasión, de este amor histórico entre Italia y Argentina (tantas historias de pasión se tejieron antes, durante y después del breve e intenso rodaje... pero esto, aunque no sea harina de otro costal, ni debería ser aludido entre estas líneas), de alcances verdaderamente transnacionales y productores de identidad, es este Bomarzo 2007. Un homenaje.
Homenaje a tantas personas, ideas y cosas que sería pueril enumerarlas, pero especialmente al Arte y a la Cultura, a la locura, la pasión y el amor que un tranquilo y singular pueblo del centro de Italia sigue suscitando, una y otra vez, a los forasteros argentinos que tropiezan con sus encantos.
Por ello, una vez más, nuestro más sincero tributo a los pobladores de esa maravillosa ciudad, suspendida en el hilo mágico del símbolo y que se llama -nada menos-: “Bomarzo”.
Jerry Brignone