BOMARZO 2007
BOMARZO
Ópera con música de Alberto Ginastera
y texto de Manuel Mujica Láinez basado en su novela homónima
LIBRETO
ACTO PRIMERO
ESCENA IV: Pantasilea
(Florencia. En la cámara de la cortesana Pantasilea, amueblada con un suntuoso lecho y un gran armario. El cuarto está rodeado de espejos. La cortesa está cantando sentada, acompañándose con un laúd. Se escuchan de cuando en cuando chillidos de los pavos reales a la distancia)
PANTASILEA:
Ninguna ciudad del mundo
sabe amar como Florencia,
ni Roma, Constantinopla,
ni Granada, ni Venecia.
Ninguna ciudad del mundo
sabe amar como Florencia.
Mi Florenci sabe a amores
que brillan como las perlas.
Mis pechos desnudos son
como perlas, como perlas,
y sobre ellos se reclina
todo el amor de Florencia.
(Los pavos reales chillan)
¿Qué tienen hoy los pavos reales florentinos?
¿Qué locura los hace gritar así?
¿Será por el joven señor virgen cuya visita
le han anunciado a Pantasilea?
(pensativamente)
Pier Francesco Orsini... bello nombre, en verdad.
¿Será bello él también, será muy bello
el príncipe que su padre me envía?
(volviendo a su canto)
Ninguna ciudad del mundo
sabe amar como Florencia,
porque aquí nos enseñaron
a amar el río y las piedras.
El río está enamorado
de las piedras de Florencia;
la tiene toda ceñida
entre sus brazos que tiemblan,
y el claro río me dice:
Pantasilea, Pantasilea,
Pantasilea, Pantasilea.
(Pier Francesco entra tímidamente, con un collar de zafiros en el cuello. Abul, su esclavo negro, lo lleva de la mano, luego le hace una reverencia y se dispone a salir. Pantasilea también hace una reverencia ante el joven. Luego nota su joroba)
PANTASILEA: (aparte)
¡Ay, es jorobado! ¡Mi príncipe de Bomarzo es jorobado!
CORO:
¡Es jorobado, es jorobado!
PIER FRANCESCO:
¡No te vayas, Abul!
(La cortesana ríe)
PANTASILEA:
Déjalo ir, señor Orsini. Para lo que tenemos que hacer,
mejor estamos solos. ¡Bienvenido a Florencia!
(Abul, hesitando, sale con otra reverencia. Al mismo tiempo los espejos se iluminan levemente, mostrando cada uno a un jorobado vestido como Pier Francesco y mimando sus gestos tímidos e indecisos. La cortesana está sentada, mientras el joven permanece parado)
PIER FRANCESCO: (incómodo)
¿Qué cantabas?
PANTASILEA:
Cantaba el amor de esa ciudad prodigiosa, el amor de Florencia.
(Tomando su laúd, canta: )
Ninguna ciudad del mundo
sabe amar como Florencia.
De los países lejanos
hasta la dulce Florencia
vienen los príncipes jóvenes
a aprender cómo se besa
con labios que nunca olvidan
mi nombre: Pantasilea,
Pantasilea, Pantasilea...
(Se levanta, toma a Pier Francesco de la mano y lo lleva a la cama, dejando caer su manto transparente de modo que se muestren sus pechos desnudos. Lentamente lo besa. Leve forcejeo)
No temas, señor Orsini. Besar es vivir.
(El joven se encoge y, al girarse, su mirada cae sobre los espejos)
PIER FRANCESCO: (gritando)
¿Quiénes son esos?
PANTASILEA:
Estamos solos, príncipe. Son espejos, nada más que espejos.
Eres tú mismo. Tú estás aquí, en todas partes.
PIER FRANCESCO:
¡Ay!
PANTASILEA:
Nada más que espejos, Señor.
(Desesperado, el joven se alza y deambula por el cuarto. Las figuras jorobadas en los espejos repiten sus gestos)
PIER FRANCESCO:
¡Ay, sí! ¡Soy yo! ¡Sólo yo, Dios mío!
¿Nunca me liberaré de mi mismo?
PANTASILEA:
Olvídate en mis brazos. Ven a olvidar.
PIER FRANCESCO:
¿He de olvidarme, si mi llevo a mí mismo
sobre los hombros, como una piedra pesada?
(Ante el terror de Pier Francesco, los jorobados de los espejos dejan de imitarlo e improvisan pantomimas de gestos grotescos)
¡Ay, ay, ay, Dios mío!
(Pantasilea se levanta de la cama y lo sigue)
PANTASILEA:
No gimas, niño, no tiembles.
Un giboso no deja de ser un hombre cabal.
Bésame y tu giba se fundirá, como si llevaras
en los hombros una carga de nieve.
(Los jorobados en los espejos redoblan sus caricaturas. Pier Francesco no puede quitarles los ojos de encima. Se saca el collar del cuello y se lo ofrece a la cortesana. Los jorobados en los espejos juegan con sus propios collares chispeantes)
PIER FRANCESCO:
Toma mi collar de zafiros y déjame ir, Pantasilea.
Mi padre me envió aquí para burlarse. ¡Déjame ir!
(Pantasilea se pone el collar y se contempla con satisfacción en un espejo de mano)
PANTASILEA:
Es un regalo digno de un gran príncipe.
De bo corresponderte, con mis labios, con mi cuerpo entero.
Aquí estoy, Orsini, tómame como he tomado tu collar.
(El joven la mira y duda, pero las imágenes burlonas que lo rodean anulan su deseo)
PIER FRANCESCO:
No, no es posible. Nunca será posible.
(Pantasilea deja su mano abruptamente y se aparta, molesta)
PANTASILEA:
Rompe el espejo que en ti mismo llevas, si quieres vivir.
Escucha: algo tendré que darte, a cambio de tu collar.
Ven aquí y elige en la alacena de mis tesoros lo que más te guste.
(Lo toma de la mano y lo lleva hacia el armario. Al abrirse las puertas se ilumina su interior, revelando calaveras, huesos, sapos embalsamados y frascos chorreantes de mezclas nauseabundas)
PANTASILEA:
¿Quieres la piedra lunaria?
¿Quieres el licor de las cantáridas?
¿Quieres la planta sin nombre nacida en el norte de Africa?
¿Quieres la planta del Aquileus de Persia?
¿Quieres la araña azul que bebió sangre humana?
Son los mejores aliados de Afrodita.
(Prorrumpe en carcajadas. Los jorobodos en el espejo también ríen. Pier Francesco hunde su rostro entre las manos. Afuera los pavos reales chillan)
PIER FRANCESCO:
¡Los pavos reales, malvada!
(Golpea las palmas, llamando: )
¡Abul! ¡Abul! ¡Abul! ¡Abul!
(El negro enta y lo arastra de la habitación; los jorobados desaparecen de los espejos. Pantasilea toma su laúd y vuelve al centro del escenario, acariciando su collar de zafiros. Reanuda, risueña, su canción: )
PANTASILEA:
Ninguna ciudad del mundo
sabe amar como Florencia.
Para uno que fracasa,
hay cien que las rosas besan
en tus pechos perfumados,
Pantasilea, Pantasilea,
Pantasilea.
(Ríe mientras cae el telón)